Había un pollito muy pequeñito, a quien adoptaron unos viejitos muy cariñosos y le pusieron por nombre Claudio. El pollito con el tiempo fue creciendo y se volvió más grande, con patas más firmes, con una cresta muy bella y con un cantar cada vez mejor. Él se creía mucho ya que los viejitos lo trataban como el rey de la granja. Tiempo después el viejito murió, quedando solamente la viejita llamada Lety y él. Él quería mucho a Lety y en la casa ellos se comprendían al máximo, hasta que un día la viejita salió y el gallo como siempre se quedó esperándola con ansias en la puerta. Horas después ella llegó con un bulto en los brazo y el gallito no comprendía que era, pero pensó que era un regalo para él.
Cuando la viejita abrió el bulto vio que salió un cachorrito lastimado, al principio el gallo Claudio no comprendía pero con el tiempo se fue poniendo celoso ya que a medida que la viejita se encariñaba del cachorrito, no lo trataba de la misma forma.
Un día el gallo Claudio se enojó e hizo un plan para que el cachorro callera en las cajas de los huevos que llevarían al pueblo. Ese día el gallo se puso muy feliz hasta que vio la preocupación de la viejita y él también se preocupó. Al día siguiente, el gallo de lo mal que se sentía decidió ir a buscar al cachorrito al pueblo, cuando llegó vio al señor que vendía los huevos, así que lo siguió. Al seguirlo llegó a donde estaba el cachorrito, así que lo convenció de volver a casa, el cachorrito aceptó y los dos regresaron muy contentos a casa y cuando llegaron entre los matorrales el gallo Claudio vio que Lety salió corriendo para tenerlos entre sus brazos y desde ese momento no se volvió a sentir mal otra vez ya que la viejita les daba mucho amor.
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